Qué difícil es esto por Dios. Parece una película de terror, y con chinos. Un escenario absolutamente inimaginable. Me acuerdo que cuando comenzó todo este rollo del COVID-19 me encontraba en Sri Lanka. Mi preocupación en ese momento pasaba por mi regreso a India, porque cuando salí con destino a la isla el señor de migraciones indio me hizo miles de preguntas en relación a por qué estaba hace tanto tiempo en India, qué hacía, etc. Me puso el sello en el pasaporte y cerró el momento con un “veremos si cuando volvés te dejamos entrar”. Entonces la energía destinada a preocupaciones estaba focalizada en esa cuestión y no en la inminente pandemia. Corría principios de febrero. Entré a India sin problemas.
Estuve una semana en Gurgaon y después volví al sur para recorrer algunos lugares. El itinerario propuesto era comenzar en Bangalore y de ahí bajar tocando algunos puntos, llegar a la ciudad más austral (Kanyakumari) y después empezar a subir de nuevo, incluyendo Varkala y Munnar en el trayecto, en ese orden. Luego regresaría a Delhi para tomar un vuelo a Bangkok. Ese era todo el plan. Inicialmente, la idea era, luego de finalizar mi recorrida por Munnar, volver a Delhi en tren. La estación de trenes más cercana a Munnar es Kochi y el tren Kochi- Delhi tarda unas 48 horas. Entonces dividí el viaje en dos: Kochi- Mumbai y Mumbai- Delhi, y aprovecharía el paso por Mumbai para visitar amigos. Por supuesto, ya tenía todos los tickets de tren comprados.
Pero el 12 de marzo me desperté y vi que el gobierno de India había suspendido las visas a extranjeros. Si bien no pasaba nada con los que ya estábamos en India, me olió a que se venía algo, así que me subí a un colectivo con destino a Kochi (el aeropuerto más cercano) para tomarme un avión directo a Delhi, y de ahí a Gurgaon, mi refugio. Llegué a Kochi a las 10 de la mañana y el avión salía a las 8 de la noche. Esas diez horas tuve la misma sensación que cuando estaba en Srinagar en medio de protestas y militares: querer irme de ahí cuanto antes. Pocos días después comenzó una especie de discriminación colectiva hacia los extranjeros y con el correr de las horas empezaron a sucederse toda la serie de eventos que terminan con la historia al día de hoy: cuarentena total. O sea, gracias Dios por haberme dado ese instante de luz para decidir venir directo a Delhi. Y gracias Dios #2 pero no menos importante, por haberme puesto en el camino tantos ángeles a lo largo de este viaje, uno de los cuales me hizo un lugar en su casa para pasar este momento.
Me cuesta mucho dimensionar bien esta situación, creo porque no tengo la más remota idea de cómo y cuándo va a terminar. Si es el fin del mundo o qué. Pero lo qué es claro es que estamos ante una crisis mundial. Recuerdo la crisis financiera del 2008, también fue una crisis mundial, pero no nos vimos afectados de esta forma, ni cerca. Es decir, esa crisis mundial, no me puso a mí en estado de crisis. Pero ahora es diferente. Esta pandemia nos pone a todos en estado de crisis. Y si pienso en mi línea de tiempo, esta sería mi segunda crisis. Y en la primera la tuve a Nina, ella fue mi ángel salvavidas. Ahora lo tengo a Luca, quien vive conmigo en Gurgaon. Y su presencia en este momento se vuelve muy simbólica para mí. Es Luca, pero además es un montón de cosas más. Entre ellas, mi salvavidas.
Luca es un Dogo de Burdeos. Cincuenta o sesenta kilos de pliegues, y de amor. Es el “deja vú” más hermoso que tuve en la vida, porque hace algunos años viví con mi propio Dogo de Burdeos. Se llamaba Teo. Si bien las personalidades son muy diferentes, lo veo a Teo cada día en Luca. Solamente estando acá presente me salva la vida. Que se siente al lado mío mientras escribo. Que me despierte a la mañana temprano para que le abra la puerta. Que entienda que si me pongo las crocs significa que lo saco a hacer sus necesidades, y que salte de alegría en el momento que le coloco el collar. Que cada mañana espere en la puerta de la cocina a que termine de lavar los platos para que le de su huevo duro diario. Que se ponga al costado de la colchoneta cuando hago gimnasia. Que a veces rechace la comida y tenga que pensar alguna estrategia para hacerlo comer. Que ronque y que bostece con voz humana. Que ponga cara de feliz cuando lo cepillo con un cepillo de lavar ropa porque no tengo otro. Su mirada. Todos esos son mis pequeños grandes momentos diarios de felicidad. Es amor del más puro.
Y una vez más, un ángel bajo la forma de perro me enseña que el amor es lo único que nos salva, en cualquier situación. Y tener esta fuente de energía tan poderosa y tan cerca en un momento como este no tiene precio. Para todo lo demás existe Mastercard.
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