India es tan diversa y heterogénea que cuesta un poco definirla. Aunque costar no sería el verbo más adecuado en este caso. Porque no es que sea difícil… lo que es difícil es ser sintético al momento de elaborar que cosas la definen. Pero si algo la define son sus trenes. Y todo lo que gira alrededor de un viaje en tren.
El sistema ferroviario indio cubre el país de punta a punta. Literal. Son pocos los lugares a los que no se puede acceder por tren, como por ejemplo algunas áreas del norte, cerca de los Himalayas. Pero sacando esta excepción se puede llegar a todos lados en tren. Es barato, más cómodo que un colectivo y una fuente inagotable de historias. Hay varias clases (y precios) disponibles. La categoría general es la más económica y de acuerdo al servicio de que se trate es más o menos terrible. La que le sigue es sleeper, y es en la que habitualmente viajo yo. Es básica. Tenés un asiento que se hace cama y podés dormir, y un baño, a veces lejos de la condición de digno. Y no tiene aire acondicionado. Lo más afortunada que podés ser es que te toque una ventana que funcione y puedas abrirla. La mayoría de las veces lo fui.
La historia más extrema que me tocó vivir fue en el tren Delhi- Kochi. Casi 48 hs de viaje. El viaje más largo que hice, con 2 noches para dormir en el tren. Pero como se diría en inglés “not an issue”. Después de la primera noche me desperté a las 6 am con el (tremendo) ruido que metió una familia que subió en alguna estación que por supuesto no registré. Dos cosas son muy comunes en los trenes de India. Una es que viaja la familia completa. No queda ni el loro at home. Un gran espíritu gregario. El número mínimo de viajeros es 4: la mamá, el papá, al menos un/a abuelo/a y al menos (muy al menos) un niño/a. Pero nunca es 4, eso sería tener suerte. Y lo segundo es que viajan con una increíble cantidad de bultos. No sé por qué pero más que un viaje parece una mudanza. Entonces además del equipaje normal, que supongamos que consta de ropa, calzado y productos de higiene personal, se le agregan cajas y bolsas con comida, botellones de agua, conservadoras con más comida y 24 mantas por persona.
Entonces, volviendo a mi “dulce despertar” de esa mañana, subió al tren una familia con bastante más que 4 integrantes: la mamá, el papá, tres niños de los cuales uno era bebé, un hombre que nunca supe si era de la familia, y 2 viejas. Los asientos eran 6, pero bueno, consideremos que 3 eran niños. La cantidad de bultos que acarreaban se los dejo a su criterio de acuerdo a la descripción que hice anteriormente, y la cantidad de bullicio que metieron también. Cuestión que me desperté y no pude volver a dormir. En un momento el bebé, como todo bebé, se hizo pis o caca, o ambos y la madre le cambió el pañal. Pero “cambió” no fue la acción que realizó esta madre: simplemente removió el pañal sucio y dejó al niño sin pañal alguno. SOBRE EL ASIENTO. Sí, sobre el asiento del tren que todos usamos. Demás está decir que a partir de ese momento no puse más un pie sobre ese sector. Pero lo peor estaba por venir señores. La mamá le dio la teta y depositó al niño de nuevo en el asiento. Sin pañal. Es ley, lo sé sin ser madre: el pibe come y al instante evacúa. Y eso fue lo que sucedió. Evacuó sobre el asiento. Lo segundo. El papá se auto gestionó algún trapo de alguna de las cajas/bolsas y limpió. Fue al baño, lo lavó, volvió y lo puso a secar en la ventanilla, aplicando el principio ecológico de las tres R: reducir, reutilizar, reciclar.
Pero el niño continuaba sin pañales y llegó el momento en que le dieron ganas de hacer pis. Que hizo el papá? Tomó al niño de las axilas, lo mantuvo en el aire por unos instantes y dejó que el pis salga en dirección al piso del tren. Sí. El piso que todos pisamos, debajo de los asientos en que todos nos sentamos.
Busqué miradas cómplices alrededor pero nadie estaba prestando atención. Quería decirles un montón de cosas pero no me iban a entender, obvio. Por suerte (o no tan suerte) pasó el guardia del tren y le dije todo con mi peor cara de asco. Automáticamente giró hacia la familia y les dijo algo que no entendí pero que fue fácil de deducir dado el contexto. La mamá del bebé fue la que respondió, no sé exactamente qué pero me lo imaginé por las señas y gestos que realizó. Supongo que le dijo que los baños estaban sucios o faltos de higiene y que por eso habían actuado de esa forma tan “particular”. Como argumento, muy pobre. Pero suficiente para que el guardia abandone la escena. Y me deje sola con toda la familia. Que de más está decir me comieron con las miradas. Fue el momento en que me dije “para que abrís la boca”. Para que abrir la boca cuando sabés de antemano que no se va a generar un cambio de actitud? La respuesta es: para que te hagan bulying. Y así fue. Llegaron las viejas que no sé por dónde andaban y la mamá del niño las puso al tanto de lo sucedido. Ahí se me sumaron más miradas y se generó una charla debate que tampoco entendí pero que claramente me tenía como protagonista exclusiva. Pasaron algunos minutos y cuando ya se aburrieron de hacerme bulying, una de las viejas sacó unas bananas de alguna de las cajas, las puso sobre el asiento que había sido cagado y se pusieron a comerlas en familia. Por supuesto no me convidaron.
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